por Alfonso
Aguiló Pastrana
El carácter, como el arte de pensar
bien, no se adquiere tanto con reglas como con modelos: al lado de la regla o
del criterio, ha de ir el ejemplo; y al lado del ejemplo, la idea y la manera
de llevarla a la práctica.
Todo hombre experimenta con mayor o
menor frecuencia un sentimiento de emulación ante algún testimonio humano que
se le presenta. Siempre hay momentos en que queda deslumbrado por un aspecto
concreto de una persona concreta y, entonces -también en mayor o menor medida-,
desea ser, en ese aspecto, como esa persona.
El hombre -hoy quizá más que en otros
tiempos- cree más en los testimonios humanos vivos que en las enseñanzas; cree
más en la vida y en los hechos que en las teorías. Se reconoce en los modelos
humanos y se siente atraída por ellos.
Todos necesitamos modelos. Todos los
buscamos. Hay conductas que nos atraen con una fuerza fascinante. Sólo hombres
reales descifran lo que el hombre es y puede llegar a ser. Ante cualquier
modelo humano se produce una empatía, una especie de contagio que arrastra. El
problema es que este efecto se produce tanto para bien como para mal.
Por eso se ha dicho siempre que el gran
reto educativo no está sólo en elocuencia de palabra -con ser muy importante-,
sino en la elocuencia del discurso de las obras, en la grandeza de alma de
quien tiene que educar. Y es en gran parte porque parece como si las cosas
fueran menos difíciles, y más atractivas, cuando las vemos hechas vida en
otros.
Y por eso es también decisivo que quien
está en una fase temprana de la formación de su carácter tenga ante sus ojos
modelos humanos atractivos y logrados, que le faciliten adquirir pronto
criterios de estimación que luego no resulten ser un barniz, sino que respondan
a principios bien asentados. Y esto se refiere tanto a los modelos reales con
los que convive como a esos otros, también de ficción, que le se presentan en
la literatura, el cine o la televisión.
Si una familia, un educador, o incluso
una sociedad, presentara el mal como algo que triunfa, o presentara modelos que
muchas veces son modelos de valores negativos, estaría perjudicando a todos,
pero sobre todo a los más jóvenes, que son los más permeables a esos estímulos.
Si ofreciéramos modelos negativos como
metas apetitosas, luego no podríamos quejarnos si los jóvenes parecieran
perdidos, sin creencias ni pautas morales. Es preciso inculcar estos
sentimientos y esos valores, porque, si no, luego nos quejamos sin razón. Como
decía el escritor C.S.Lewis, a veces "extirpamos el órgano y exigimos la
función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa.
Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros.
Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos."