por la lic.
Alejandra Mottola
Desde que nace, el ser humano construye
un sinfín de significados de la realidad que lo circunda, a partir de las diversas
experiencias afectivas que vivencia. Es una necesidad inherente al ser humano
darle sentido a las cosas que lo rodean, así como darle sentido a su propia
existencia; de este modo, buscarse y encontrarse consigo mismo, conocerse y
aceptarse, es el punto de partida para dar lugar al bosquejo de un proyecto de
vida personal y particular. Es el inicio de una construcción de una personalidad madura y plena, en la que no se
busca el “tener” sino el “ser”, es
decir, la “autorrealización”.
Descubrir que lo que enriquece a la
persona no es el dinero o los bienes que posee, sino dar lo mejor de uno mismo,
y lograr la cima de nuestras posibilidades sin compararnos con los demás, es
algo importante para avanzar en el camino hacia la felicidad.
Si logramos entender que las circunstancias
de cada ser son diferentes, y que nuestro desafío es percibir adecuadamente
nuestra realidad, con nuestras propias capacidades y limitaciones, entonces, sólo
así, seremos capaces de elaborar y reelaborar nuestro proyecto de vida, atendiendo
a quiénes somos, de donde partimos, y hacia dónde queremos llegar.
Esto implica una reflexión sobre el
sentido profundo de a qué somos llamados. Develar cuál es nuestra misión, y,
aún más, tratar de descifrar lo que Dios espera de nosotros, cuál es el
proyecto de Amor que Él tiene para con nosotros, es nuestra tarea principal:
econocer que Dios nos ama personalmente, y que nuestra actitud para vivir con
paz y alegría en el corazón debería arrancar desde el agradecimiento y la
confianza en la divina voluntad del Padre.
De esta manera, la persona que goza de
salud es aquella que ha logrado el equilibrio entre los distintos componentes
de su personalidad, un grado de madurez suficiente en relación con la edad, lo
que supone un buen conocimiento sobre sí mismo, la propia aceptación, el diseño
de un proyecto de vida y la capacidad de
tener una conducta coherente, adaptada a la realidad, con metas y objetivos
realistas.
La persona plena es la que ha
descubierto la presencia y acción de Dios en su vida tiñendo de sentido su
cotidianeidad. EncontrarLo, es encontrarnos con nosotros
mismos y con nuestros hermanos.
En síntesis, dejarnos llevar por la
cultura del consumismo, del hedonismo, del tener, es una pobre interpretación
de lo máximo a lo que podemos aspirar
como personas: mirar nuestra vida desde la vereda de los demás
–comparándonos-nos impide valorar con certeza nuestros recursos y nos obliga a
ir tras unos objetivos que probablemente nos terminen frustrando.