por
Carolina Arabetti de P. Yraola
El
agradecimiento surge cuando somos conscientes de que hemos recibido algo que
consideramos inmerecido. Al agradecer valoramos un regalo, un favor, un
consejo. Incluso puede llegar a agradecerse una reprimenda, el silencio, o la
vida. Si bien no hay formas estandarizadas para expresar la gratitud, la más
tradicional es la palabra gracias, y esta puede estar llena de significado.
Existen, además, numerosas maneras para demostrarla. Puede ser una mirada, un
guiño, una sonrisa, un gesto con la mano. Cualquier indicio que señale que
hemos recibido algo útil, provechoso, que nos alegra el corazón, es suficiente para
hacerle saber al otro que reconocemos el “presente” que nos ha hecho. No en vano la palabra regalo significa
presente: nos hacemos presentes cuando hacemos un regalo.
Los vínculos más
cercanos
La
actitud agradecida realza lo cotidiano, embellece lo rutinario como un ramo de
flores frescas en el living. Dentro de la familia, la gratitud albergará
capítulo aparte porque, en la proximidad de los vínculos, podríamos caer en la
trampa de creer que no es necesaria. Por el contrario, a mayor cercanía,
necesitamos mayor cantidad de gestos que expresen que estamos conectados y
permitan ver al otro que valoramos lo bueno que hace por nosotros.
Resulta
más sano que, quien entrega, no espere que le agradezcan, y que el que agradece
no especule con el “de nada”. Estas actitudes se dan con mayor naturalidad a
medida que se ejercitan con frecuencia y de manera espontánea.
Una forma de recordar
Si
usted es una de esas personas que tiene muy mala memoria, el agradecimiento le
resultará un tanto arduo. Agradecer es hacer memoria, es pasar nuevamente por
el corazón aquello que nos hizo bien, para devolvérselo al otro. La devolución
corre por cuenta del agradecido: las palabras, la notita en la heladera, el
mensaje de texto; e incluso vemos cada vez con más frecuencia ideas creativas
como pasacalles, o los tributos. Cuando reconocemos públicamente –un grupo o un
país- lo que alguien hizo por otra persona, estamos rindiendo homenaje, y esto
estimula a otros a hacer lo mismo. En el recuerdo de aquellas situaciones que
generan valor, la sociedad crece.
Rendir
homenaje a aquellos que nos dieron la vida, nuestros padres, cuidándolos y
acompañándoles en su vejez, también es ser agradecido.
Hay
millones de pequeñas cosas por las que podríamos estar agradecidos, pero
resguardados por nuestra escasez de tiempo, las idas y venidas, y el ruido
diario, se nos pasan por alto. Si usted tiene la dicha inconmensurable de tener
un hijo que corta el pasto, levanta la mesa u ordena el cuarto, nunca lo dé por
sentado. Aunque como padres sabemos que estos mínimos quehaceres son sumamente
pedagógicos y necesarios para la educación, el gesto agradecido eleva la
obligación y la transforma imperceptiblemente en algo más placentero y
agradable.